Seguramente muchos de ustedes no sepan qué es ni dónde queda Hornaditas. Voy a ser honesto y les digo que yo tampoco lo sabía hasta hace unos meses atrás.
Todo empezó cuando con mi novia decidimos hacer algo diferente en las vacaciones. En el post donde les contaba del viaje ya les había adelantado algo. Queríamos una experiencia en una comunidad rural, algo bien auténtico, participar de las actividades diarias, etc. Buscando en internet, tanto en la página de turismo de Jujuy como en páginas de viajes, una de las más recomendadas era la familia de Clarita y Héctor Lamas, en Hornaditas. Esta comunidad se ubica a 15 kilómetros al Norte de Humahuaca, tiene alrededor de 500 habitantes, y se dedica a la agricultura y ganadería para subsistencia, aparte del turismo rural.
Salimos temprano a la mañana desde Tilcara y llegamos a eso de las 10 de la mañana. Apenas entramos, nos recibieron en su cocina con un té y pan casero. Conocimos a Héctor (68) y Clarita (48), los responsables de todo esto. Empezamos a hablar un poco de todo, lo de siempre cuando uno es nuevo. En eso también conocimos a Carolina (16) la hija más chica.


Un rato más tarde nos preguntaron si queríamos caminar, y nuestra respuesta fue que sí, obviamente. Esa actividad le toca a Héctor, y fue con él con quien nos fuimos. Salimos por la parte de atrás de la casa y empezamos a caminar por el campo, atravesamos sus cultivos, cruzamos el lecho seco de un afluente del Río Grande, y llegamos a la base del cerro. Comenzamos a subir de a poco mientras Héctor nos contaba sobre las plantas y flores allí presentes. Muchos yuyos aún los siguen usando para curar algunos dolores. Aunque, sincerándose, dijo que muchas veces va al doctor en Humahuaca. Desde ahí empezamos a tener vistas privilegiadas.

En la foto anterior se aprecia la ruta 9, que es la misma del Camino del Inca, solo que ahora está pavimentada. Pero saber que por ahí mismo pasó buena parte de la historia latinoamericana, es muy fuerte. También se ve, en la parte de atrás a la izquierda, la escuela de la comunidad. Por último, casi en el medio, está la casa de Clarita y Héctor.
Continuando con sus relatos, Héctor nos contó que en esos cerros había restos de los pueblos originarios (diaguitas, sus ancestros). Y realmente es así, se ven las estructuras de lo que eran las paredes de los diferentes recintos. No solo eso, también hay petroglifos (dibujos tallados en piedras). Y todo intacto y al alcance de nosotros, los visitantes. Ahí nos dimos cuenta lo afortunados que somos de tenerlo todo para nosotros.



Nos contaba que, al contrario de lo que explican los guías en el Pucará de Tilcara (que en realidad no es un pucará, pero queda para otra discusión), las construcciones de esa región no tenían techo, eran solo paredes de altura media. Y la razón de esto es que al ser nómades no pasaban mucho tiempo en los lugares, y es lógico que no gastaran tiempo en construir sus viviendas completas. Y le pregunté cómo se protegían del frío y la lluvia, y me respondió que al cazar animales, ellos usaban todo: carne para alimentarse, sangre para pinturas y tinturas, grasa como combustible, y piel para abrigos. Desde la cima nos cruzamos al cerro de al lado, porque están conectados. Ahí se nos ocurrió preguntarle cómo surgió esta idea de recibir turistas en su casa y ser los pioneros del turismo comunitario de la región.

Respondió que hace 20 años un grupo de cuatro fotógrafos estaba en la ruta haciendo dedo. Estuvieron mucho tiempo hasta que se les acercó Clarita y les preguntó qué pasaba. Ellos le respondieron que habían hecho un trabajo y que tenían que volver pero nadie los levantaba. Les ofreció pasar a su casa a tomar algo caliente y ellos, contentos, aceptaron. Entre mate cocido y charla se hizo de noche y los cuatro fotógrafos se preguntaron qué iban a hacer, porque a esa hora no pasaba nadie por la ruta y encima hacía mucho frío como para estar tanto tiempo esperando. Se les ocurrió pedirles permiso de quedarse. En ese momento, Clarita y Héctor se pusieron a hablar porque si bien son generosos, no tenían ni habitación ni camas para los visitantes. Ellos dijeron que se arreglaban. Así fue que pasaron la noche y a la mañana siguiente se despertaron, desayunaron, y antes de irse les preguntaron cuánto les debían por el alojamiento y la comida. Héctor y Clarita estaban desconcertados porque nunca tuvieron que hospedar a nadie y tampoco sabían que cobrarles. Le explicaron eso y los visitantes les dieron el dinero que consideraban apropiado. Y no quedó ahí, les preguntaron si para fin de ese año estaban dispuestos a recibir a unos amigos que iban a andar por la zona. Ese fue el comienzo de todo. Luego de esa historia emprendimos el descenso.
Pasamos por el campo donde tienen plantado maíz y diferentes tipos de verduras, y también nos presentó a sus llamas y burros. Eran todos tranquilos, excepto uno que todavía no estaba domesticado. Algo que no me gustó es que los animales estaban atados.



Llegamos a la casa justo para almorzar. En la mesa había más personas, entre familia y visitantes. Todos habíamos llegado ese día y nos quedábamos a dormir. La excepción era una pareja del gran Buenos Aires y un chico de una localidad de Chubut que ahora no recuerdo, que estaba recorriendo el país en bicicleta. Lo loco de esto es que no es ciclista ni su bici es de las mejores. Pero el pibe tenía toda la actitud. Un groso. Comimos sopa y tamales, muy rico, bien casero.

Después del almuerzo me hubiera encantado dormir una siestita. Pero no, nada más alejado que eso. Nos preparamos para salir a caminar nuevamente. Nos pusimos ropa cómoda, gorro, protector solar porque pegaba mucho el sol, y salimos rumbo a la ruta. Éramos en total nueve personas: cuatro parejas y Héctor, que nuevamente nos guiaba. Teníamos que caminar hasta la ruta, cruzarla, bordearla unos metros y después adentrarse en el campo abierto. Por ahí sería una hora de caminata hasta llegar a unos petroglifos. Qué les cuento que a mitad de camino nos agarró una tormenta con granizo que nos hizo desviarnos y buscar refugio abajo de unos árboles. Y como había actividad eléctrica nos pidieron que apagáramos los celulares. Estábamos en el medio de la nada y nadie lo sabía. Por eso no hay fotos de ese momento.
Lo fuerte de la tormenta habrá durado una hora y cuando vimos que paró un poco, continuamos, aunque la llovizna persistía. Los afortunados que llevamos campera nos la pusimos. Otros, como el caso de un escocés que estaba en short y remerita, tuvieron que aguantársela. Caminamos una media hora más y llegamos a los petroglifos.




Héctor nos contaba las historias que le llegaron de sus antepasados y nosotros estábamos entre la lluvia, el frío y el barro tratando de entender algo. Estuvimos un rato y pegamos la vuelta. Nunca en mi vida había deseado tanto «volver a casa» jajaja. La estaba pasando muy mal. Caminamos un poco menos que a la ida porque estábamos apurados para llegar y porque el camino estaba en mejores condiciones.
Finalmente llegamos a la casa y preparamos todo para la merienda. Nos vino muy bien recuperar energías y ponernos a resguardo. Dejamos el calzado para secar y nos cambiamos de ropa. Sabíamos que las actividades del día habían terminado y podíamos descansar un poco.
La cena fue a las 20:30 aproximadamente, y había arroz con pollo. Estaba bueno, yo repetí. Y de postre había chocotorta. Éramos más de 15 personas y aprovechamos para conocernos un poco. Había gente de Buenos Aires, de Córdoba, de Salta, el chico de Escocia y el de Chubut. La sobremesa duro bastante. Habremos estado una hora charlando hasta que la pareja del GBA se fue porque no se quedaba a dormir. Ahí levantamos la mesa, ordenamos un poco y nos volvimos a sentar. Y de a poco la gente se fue soltando, apareció una guitarra, unas botellas de vino, y así fue la noche. Creo que nos acostamos a las 3 de la mañana, muertos de cansancio y de frío. No recuerdo bien, pero menos de diez grados seguro.
Al día siguiente nos levantamos temprano porque nos teníamos que ir. No había un horario establecido pero por el tema de los traslados era mejor estar temprano y tener margen de tiempo, por las dudas. Desayunamos y preparamos las mochilas. Nos despedimos de todos, aprovechamos el viaje del escocés a Humahuaca y nos subimos a su auto. Y nos fuimos nomás. Sabemos que en algún momento vamos a volver, nos sentimos muy a gusto y vivimos un día hermoso, lleno de hermosos momentos y con el cariño que desprenden los Lamas. Además, ese día iban a cocinar ají de gallina y sopa de maní (!!!). Le dije a Clarita que iba a volver y que iba a tener que cocinar eso.
El valor por persona fue $4000, incluyendo todas las comidas, las actividades y la habitación. Me pareció bien la relación precio calidad. Les recomiendo que lo tengan en cuenta porque vale mucho la pena para desconectarse de todo (no tengo que aclarar que no hay ni wifi, ni tv, ni radio, ni teléfono) y conectarse con nosotros mismos.

Editado el 25/02: Olvidé decirles que las actividades que se pueden hacer en Hornaditas son muchas. Hay varias caminatas, se puede cocinar (pan, pizzas), se puede aprender tejido (y llevárselo), se puede ordeñar a las cabras, se puede hacer queso de cabra, se puede cosechar… En fin, es cuestión de comunicarse con ellos y preguntar. Todo va a depender también del tiempo que haga en esos días.
Recibí las publicaciones al instante suscribiéndote al blog:
Seguime en las redes: