Una tarde de julio de 2017 yo estaba en el trabajo y de repente me llega una notificación al facebook de que se estaban consiguiendo pasajes muy baratos a Cuba. Como curioso y desconfiado que soy, abrí la notificación, seguí el enlace y entré a ver de qué se trataba. Cuando vi los precios, empecé a ponerme nervioso, medio que me bajaba la presión.
Si quería aprovechar semejante promoción debía apurarme. Y en estos casos hablamos de minutos. Me puse a hacer cuentas, a ver fechas, a ver los requisitos de ingreso a Cuba, etc. Y mientras hacía todo eso, por las dudas llamé a Visa para dar aviso de una compra por internet. Para que no me rechazaran el pago por algún motivo.
También tenía que encontrar viajes cortos, porque no me quedaban más vacaciones e iba a tener que pedir licencia sin goce de sueldo. No me importaba nada.
Luego de encontrar los pasajes que cumplían con todas las condiciones que buscaba, me decidí a comprar. Cuando saltó el mensaje de «su compra fue aprobada», liberé endorfinas. Y cuando llegó el aviso de compra de Visa, ya me quedé tranquilo del todo.
Recién después de eso les avisé a todos mis amigos de la oportunidad conseguida y los arengué a que me acompañaran. Todos terminaron diciendo que no por algún motivo. Y ahí pensé «le voy a avisar a Gastón que siempre se prende en estas locuras». Lo llamo, le cuento todo y le pido que me acompañe. Lo hablamos, me dijo que estaba muy complicado con el dinero, que le dolía en el alma pero no podía ir.
No habrá pasado ni un minuto que me llama él, atiendo y me dice «sacalo ya, dale, no importa». Lo que me reí en ese momento… Ahora tenía que volver a buscar el mismo pasaje que había sacado yo y rogar de que todavía siguieran las tarifas locas.
No pude conseguir el mismo precio para él, sin embargo tampoco fue tan malo. Mi pasaje de ida y vuelta a La Habana costó en ese momento $2.500, unos USD 140. Y el de Gastón costó $3.500, alrededor de USD 195. Claro que alguna contra debía tener. El vuelo era Buenos Aires – Lima – Bogotá – La Habana. Y al regreso era igual. Contando el tiempo de escalas, la ida tenía una duración total de 44 horas y la vuelta 23 horas. A nosotros no nos molestaba, porque íbamos a conocer Bogotá (una noche, pero la íbamos a conocer). A Lima ya habíamos ido, casualmente, juntos.

Salimos de Buenos Aires el sábado 2 de septiembre y llegamos a La Habana el lunes 4. Estuvimos allí todo el día recorriendo. El día siguiente nos tomamos un bus y llegamos a Varadero, y la idea era estar allí cuatro noches, del martes al sábado, volver a La Habana dos noches más, y tomar el vuelo el lunes. Pero algo inesperado nos ocurrió allí y nos terminamos quedando siete noches.
Allá mismo nos dimos cuenta de que la época en la que fuimos es temporada de huracanes en el Caribe. Y qué mejor manera de comprobarlo que estar en uno.

Cuando nos dijeron que se aproximaba un huracán, nosotros lo tomamos muy tranquilos y pensamos que no podría ser tan grave. Seguimos disfrutando de las vacaciones, haciendo playa, piscina, comiendo y tomando. Ya el jueves 7 empezamos a ver que cerraban todos los locales, que nadie circulaba, que tapiaban puertas y ventanas… Ahí nos dimos cuenta que se venía una grande.
Así fue que ese mismo jueves a la noche nos dieron la orden a todos los huéspedes del hotel de que a partir de ese momento nos teníamos que encerrar en la habitación y no salir hasta que ellos nos pasaran a buscar. En cada habitación dejaron una buena cantidad de comida y bebida para aguantar dos días enteros.
Entrada la madrugada del viernes, nos agarró de lleno el huracán Irma, de categoría 5, la más intensa, con vientos mayores a 250 km/h. Duró todo el día, hasta la mañana del sábado en que pudimos volver a salir de la habitación.
No se imaginan lo que fue pasar por eso. Hubo momentos en que tuvimos miedo de verdad. Encerrados un día y medio en la habitación, escuchando el zumbido del viento, viendo las palmeras caer, sin internet, sin televisión, sin ningún tipo de entretenimiento. Lo único que podíamos escuchar era una radio FM desde el celular, que apenas se escuchaba.
Recuerdo por momentos poder dormir, pero despertarme sobresaltado con algún ruido. El ron que nos habíamos encanutado nos sirvió mucho. A veces nos entraba el miedo. Otras veces nos reíamos de dónde estábamos. Decíamos «nunca más un pasaje barato» jajaja…
Finalmente, el sábado 8 a la mañana escuchamos a la gente salir de sus habitaciones, por lo cual aprovechamos y también nos fuimos. Lo que vimos afuera fue realmente fuerte:

Después de pasear un poco por el hotel y ver las consecuencias del huracán, fuimos directo al bar a desayunar y brindar por haber salido sanos y salvos.

Soy una de las pocas personas que tuvieron la desdicha, o la dicha, de vivir la experiencia de un huracán. Por eso el título del post.
Excelente viaje!!!